Catorce días de infierno, durante el caluroso verano de 1937, convirtieron una próspera localidad de 4.000 habitantes en un amasijo de escombros y cadáveres, pero empecemos desde el principio.
Hasta el inicio de la contienda, Belchite, a 49 km de Zaragoza, era un lugar en pleno crecimiento económico. Durante la república la población crecía sin parar, la tasa de analfabetismo disminuyó considerablemente y la industria cada vez se hacía más fuerte. Precisamente fue esa la razón por la que, después de la toma de Zaragoza por los nacionales, la resistencia republicana tomó sus ojos en esa localidad, no podían perderla.
La llamada batalla de Belchite, realmente fueron dos. La ofensiva principal del 24 de agosto de 1937 fue duramente contrarrestada por la 15 Brigada Internacional, formada por combatientes de toda Europa. Cuentan que la batalla fue tan dura que los nacionales, para protegerse del fuego enemigo, utilizaron los cuerpos de sus compañeros muertos para parapetarse y formar barricadas. Miles de atacantes y defensores se batieron calle por calle y casa por casa en mitad de un calor infernal y con centenares de cadáveres pudriéndose en las calles. Los caídos en las batallas quedaron sepultados en las ruinas y después enterrados en fosas comunes.
La ofensiva del 10 de Marzo de 1938 fue definitiva. Dos días de intenso fuego de artillería y aviación alemana e italiana hicieron que el pueblo cayera de nuevo en manos de los nacionales. Se acabó. Cascotes, muros caídos, casas destrozadas, en definitiva, el esqueleto de lo que fue una población importante, por la que valía la pena morir y matar.
Después de este infierno Belchite no fue reconstruida, sino que se levantó un nuevo pueblo al lado de las ruinas. Unos dicen que el estado lamentable lo hacían irreconstruible. Otros aseguran que, como decía la propaganda nacional, Franco quería dejar constancia de la “barbarie roja”. Probablemente el líder nacional quería hacer alarde de su poder militar.
Hoy, más de 75 años después, podemos recorrer lo que quedó del pueblo como un espectral museo de los horrores de la guerra, donde abundan los interesados sobre los desdenes de la batalla y curiosos en busca de voces, sombras y apariciones de otra dimensión. Quizá tanto horror vivido en tan poco tiempo impregnó las paredes de lamentos y disparos. Quizá la reminiscencia de lo que fue Belchite siga en nuestra mente colectiva. Quizá nuestra sociedad no quiera olvidar nunca lo que fue uno de los enfrentamientos más crueles de España.
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